El holocausto

Considerad si es un hombre
Quien trabaja en el fango
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un panecillo
Quien muere por un sí o por un no.
Considerad si es una mujer
Quien no tiene cabellos ni nombre
Ni fuerzas para recordarlo
Vacía la mirada y frío el regazo
Como una rana invernal
 (1)

Se ha analizado el holocausto nazi como un evento anómalo, una aberración de la historia, se han intentado toda suerte de análisis causales psicológicos, psicoanalíticos, sociológicos, económicos, políticos, macro y micro explicaciones, que nos dejan con una sensación de que no se llega al meollo, ni mucho menos al antídoto para abolir la posibilidad de un nuevo brote. Mi exposición no presenta un ánimo analítico-causal pues creo que cualquier intento de separar el fenómeno del Holocausto del resto de producciones histórico-sociales aunque inevitable si se quiere analizar, resulta irremediablemente reduccionista. Adopto pues la actitud cautelosa de enumerar algunos factores significativamente presentes, de valorar otros pero sin ánimo de identificar las “causas objetivas”, tampoco el prescribir las normas ideales para evitar su repetición, enfoco, en cambio, un poco a contracorriente, mi atención crítica en las mismas ciencias sociales, sus presupuestos y métodos, presentes ya en la aparición del fenómeno y hegemónicas hoy en sus intentos de explicación.

No hay nada más tentador que un discurso moralista frente a la magnitud abismal del horror del Holocausto hecho que marca de manera indeleble el espacio político y social de la modernidad. Puede resultar tan banal como la misma banalidad del mal que pensó Arendt (2). Lo mismo puede aplicarse a las explicaciones analítico-teóricas de las ciencias sociales que están, en gran medida, fundamentadas en ideas vinculadas tácita o explícitamente a conceptos morales. Cabe la sospecha de que cualquier modelo teórico con su esquema interpretativo apriorístico no podrá rendir cabal cuenta del horror inhumano que se desprende de los relatos de los supervivientes. Quizás el Holocausto imponga una frontera infranqueable a la razón y a la moral, quizás su misterio nos obligue a asumir humildemente nuestros humanos demasiado humanos límites (3), como Sócrates quería, instalarnos en la conciencia de que no sabemos, para así abrirnos a nuevas perspectivas.

Antes la religión (Inquisición) y luego al ciencia (Holocausto) (4), fueron dos pilares del orden social que actuaron de soporte racionalizador de las prácticas del horror. El nazismo creció y se desarrolló al amparo de unas ideas científicas, con la misma pretensión de “objetividad” que las actuales. Hoy, algunos pensadores (5) sospechan que el discurso científico es un relato más, una metáfora cuya idiosincracia consiste en presentarse como no-metáfora, como representación de la “realidad objetiva”, negándose a si misma como metáfora y negando además validez a todas las que no comparten el marco de presupuestos positivista y naturalista de sus axiomas básicos (6).

La metáfora científica nazi consistía en visualizar la nación como un cuerpo y a los judíos como bacterias que lo infectaban. La lógica a partir de esta verdad “objetiva” era aplastante: se ha de erradicar el mal. La idea subyacente – si la nación ha de sobrevivir, sus enemigos han de ser destruidos-, sobrevivió al fin del nazismo. y sigue hoy intacta. El Gulag soviético, los campos de Vietnam, los organizados por las dictaduras militares del cono sur, los campos de refugiados de África o del Oriente medio, los campos de la antigua Yugoslavia o los campos de la emigración actual como el estadio de Bari, los campos de las dos guerras de Irak o la base de Guantánamo, etc.

Desde el holocausto tenemos que convivir con este trauma colectivo, con los históricamente posteriores y con el actual, el inminente desastre ecológico, ese holocausto, quizás definitivo, de las especies vivas que ya están encerradas en un nuevo Auswitchz, una cárcel hecha de contaminantes. Cárcel, ahora sí, de la que no hay escapatoria, como tampoco parece que la hay de la falacia antropológica que permea incluso a movimientos ecológicos bienintencionados y que nos convence de que si hemos estropeado la naturaleza se trata de repararla para que pueda seguir funcionando “a nuestro servicio”.

Desde una mirada no tan absorta en la investigación de las cantidades, sino más bien en apreciar el valor de las cualidades (7), de los detalles, podríamos considerar que una análoga monstruosidad emerge de los nazis que lanzan a un indefenso niño judío contra la pared de la que hace gala el padre del autor, Vladek, cuando sostiene que los negros son detestables y que ya en la segunda página del cómic se presenta con un mensaje inquietante pero lúcido: “encierra a los amigos durante una semana sin comida y entonces entenderás…” entra ambas producciones cabe la sospecha que la diferencia se debe una cuestión de ocasión que viene dada por el horizonte de posibilidades abierto por una situación dada.

Hay quien afirma que el horror del holocausto no reside en el número de víctimas, la capacidad de matar millones de seres humanos eficientemente, aterroriza no por los millones sino por la eficiencia. Una eficiencia facilitada por medios tecnológicos pero sobretodo avalada por la mirada nihilista (8) que se instauró en occidente hace ya siglos y que impregna nuestros sistemas de ideas y valores. El judaísmo y el cristianismo entronizaron un dios trascendente que aniquiló totalmente la sacralidad inmanente del mundo, el resultado implacable aparece en el estado actual de la naturaleza en peligro de desastre ecológico. Descartes imaginó un sujeto cognoscente (res cogitans) escindido de un mundo poblado de objetos (res extensa), después de la publicación de las Meditaciones en 1641, la realidad material se convirtió en un reino estrictamente mecánico. La escisión radical sujeto-objeto que conduce a la obsesión en controlar y manipular al objeto y conocerlo por sus magnitudes forma parte del nihilismo imperante, conduce como varios pensadores anunciaron, al olvido del ser.

Con su mirada genealógica Foucault examina concienzudamente la relación desconcertante entre las formas de conocimiento científico y las prácticas sociales, las tecnologías y las relaciones de poder por las que se desarrollan y aplican. Quizás deberíamos acabar como Chomsky, admitiendo que las armas letales puestas en juego a propósito del fenómeno, como fueron y siguen siendo el adoctrinamiento, la propaganda, la manufactura del consenso (esa construcción social interesada de la realidad) no son una perversión, ni un accidente, son más bien una faceta esencial de la democracia tal y como la entendemos y la practicamos, ya que no podemos olvidar que Hitler subió al poder por medios democráticos. Quizás debamos conceder la razón a Foucault cuando afirma que el progreso, en el sentido de una mejora de las cosas y los asuntos, no existe, el único progreso se da en los modos de dominación.

Muchos participantes que cooperaron con el Holocausto eran gente normal (9), de acuerdo a Arendt éste es precisamente el escándalo real, ésta es asimismo “la incómoda verdad” de Johnson (2002), Gellately (2002), Goldhagen (1997) y J.T. Gross (2002). Aunque el veredicto de Johnson sea radical, culpar a los millones de alemanes que conocieron la existencia de los crímenes nazis, no llega a la raíz. Lejos de imaginarnos la situación de los oprimidos que se unen en la lucha contra los de arriba o por lo menos para sobrellevar la situación, más bien lo que ocurría en Auschwitz era la lucha hobbesiana de todos contra todos, la vuelta a un estado de naturaleza brutal en el que ciertamente el hombre era un lobo para el hombre.

Ahora bien, ¿qué significa el veredicto de “normal” con el que aludimos a las personas que presentan conductas dentro de lo aceptado por la normalidad estadística? (10). Una concepción y valoración de la normalidad que ha sido y sigue siendo, criterio de muchas mediciones y valoraciones (que acaban siendo prescriptivas) de las ciencias psicológicas, sociales, económicas y políticas; a pesar del escándalo de la conducta de la mayoría de alemanes normales en la Alemania nazi. No es de extrañar que, en su estudio de las modernas sociedades occidentales y en su investigación de la unidimensionalidad del ser humano, Marcuse alertara del peligro de que tanto la ciencia como la tecnología se conviertan en elementos de dominación, el velo ideal de la ciencia matemática es un velo de símbolos que representan y enmascaran el mundo de la práctica (11).

Si tan sólo abandonamos el paradigma de causalidad lineal tan caro a muchas investigaciones psicológicas y sociológicas y nos acercamos a un modelo de causalidad circular, esta que no se preocupa de establecer causas únicas o lineales, podríamos aceptar que cada investigador que ha establecido sus propias conclusiones tiene su cuota de razón. Seguro que la personalidad autoritaria fue un factor psíquico relevante, como el poder de la situación económica crítica, como el trauma de una paz impuesta con condiciones indignantes, como la psicopatología del dictador, como la lógica de una razón instrumentalizada que había perdido su contrapeso moral, la represión sexual de la vida pequeño burguesa, el miedo a la libertad, etc., etc. Cada explicación causal tiene su sentido relativo y fracasa frente al sinsentido absoluto que Arendt imaginó como el mal absoluto (12). Si pretendemos abarcar el fenómeno en su totalidad quizás deberíamos intentar integrar todas las explicaciones teóricas o quizás cuestionarlas todas pues podría ser que las limitaciones no vinieran de las teorías y las escuelas sino de la mirada que las subyace. El Holocausto genocida del pasado y los holocaustos ecológicos contemporáneos presentan un reto muy exigente a las ciencias sociales, han creado una crisis de continuidad y de conciencia que tarde o temprano obligará a reexaminar y cuestionar los mismos fundamentos epistemológicos que anidan en sus raíces (13).

La visión foucaultiana del poder no presenta como incompatibles el poder y la libertad, este poder que se expresa como nuestra capacidad de actuar en otros y en nosotros mismos, no es un mal intrínseco, más bien es un ineluctable hecho social. Lo que sí permite intuir Foucault, es que la libertad nace de una práctica por definición transgresora dado que nunca está garantizada por la lógica política instituida. Para que no se repita Auschwitz, hay que oponerse desde el comienzo a toda clase de humillación institucional y/o institucionalizada (Adorno).

Cuando Arendt aborda la centralidad del problema de la violencia, se esfuerza en distinguir el poder de la violencia, elabora una apuesta normativa acerca de cómo la política debería constituir una actividad valiosa en si misma y huir de toda tentación instrumentalista hobbesiana que la acaba convirtiendo en un medio encubridor para el ejercicio del poder. En el estado totalitario nacionalsocialista, engendro del mal radical, este hecho alcanza su clímax, la matanza industrial de seres humanos, la eliminación racial que se había impuesto como fin superior inauguran un universo, un anti-mundo en la que el sujeto es despojado de su condición de tal, el hombre sin atributos, sin conciencia moral, el Muselmänner, cadáver ambulante, condición radicalmente des-humanizada que millones de personas vivieron en piel propia en el mundo de muertos de los campos de exterminio.

El testimonio de Maus da forma a la memoria, despierta el corazón y tiende puentes inter-generacionales que nos obligan al reencuentro con el horror del siglo pasado. Un reecuentro que obliga a agudizar la percepción y la sensibilidad hacia otros escenarios más cercanos que pueden llegar a ser tan holacáusticos o apocalípticos como el original, por ejemplo, el ecológico antes mencionado. El estado totalitario no ha desaparecido y no porque aún exista en países más o menos marginales sino que en el centro de nuestra cultura europea-occidental parece estar esperando la ocasión, anidando en ideas como la globalización, el desarrollo, lo lógica del mercado, etc. que tan banalmente se manejan. Arendt cuya definición de totalitarismo no habla sólo de un sistema político determinado sino que implica una dimensión antropológica ya lo advirtió “lograr que los hombres sean superfluos es el objetivo del poder totalitario” (14), los actuales medios de comunicación de masas parecen empeñados en conseguirlo.

Las ciencias sociales encuentran su espacio de legitimidad, en mi opinión, recuperando su dimensión autocrítica respecto a cualquier rasgo totalitario de sus propias producciones, una dosis de humildad que abra horizontes de colaboración con otros discursos y métodos no positivistas. Esta es mi apuesta, éste a mi entender sería el modo de que las ciencias sociales cuestionándose sus propias tentaciones de devenir discurso del poder (15), desarrollara su espacio propio: la resistencia y la transgresión frente a todo acto injusticia tanto en la práctica como en su producción teórica. Conviene recordar que incluso en los momentos de mayor sumisión ante el opresor, algunos condenados siguieron sintiendo la necesidad de mantener un espacio de rebeldía interior, “la facultad de negar nuestro consentimiento” como estrategia racional para sobrevivir:

“Debemos, por consiguiente, lavarnos la cara sin jabón, en el agua sucia y secarnos con la chaqueta. Debemos dar betún a los zapatos no porque lo diga el reglamento sino por dignidad y por limpieza. Debemos andar derechos, sin arrastrar los zuecos, no ya en acatamiento de la disciplina prusiana sino para seguir vivos, para no empezar a morir”.

Como epílogo, las palabras de un testigo de la iniquidad, el prisionero número 119104, con las que finalizó su libro (16) :

“En los campos de concentración, por ejemplo, en aquel laboratorio vivo, en aquel banco de pruebas, observábamos y éramos testigos de que algunos de nuestros camaradas actuaban como cerdos mientras que otros se comportaban como santos. El hombre tiene dentro de sí ambas potencias; de sus decisiones y no de sus condiciones depende cuál de ellas se manifieste…

Después de todo, el hombre es ese ser que ha inventado las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es el ser que ha entrado en esas cámaras con la cabeza erguida y el Padrenuestro o el Shema Yisrael en sus labios.”

____________
Notas

(1) P. Levi, Si esto es un hombre, Barcelona, Muchnik, 1998.
(2) Arendt, Hannah. Eichmann in Jerusalem A report on the Banality of Evil. London: Penguin Books, 1963.
(3) Como agudamente afirma Derrida en su proyecto de-constructivo: no hay teoría, ciencia o sistema político que descanse en fundamentos enteramente racionales, siempre se halla un punto que excede la razón, un punto que acaba siendo una declaración de fe o creencia.
(4) “Yo no soy el primero en observar que los sistemas socio-políticos que han surgido en el mundo, del Occidente actual, son la secularización de sistemas teológicos anteriores.” Henry Corbin, De la Teologia Apofática como antídoto contra el nihilismo. Teheran, 1977.
(5) véase J. Hillman (1993, 1997, 2004), W. Giegerich (1996), H. Corbin (1993, 1997), entre otros.
(6) “La ciencia objetivista toma lo que en ella denomina el mundo objetivo por el universo de todo lo existente, sin considerar que la subjetividad creadora de la ciencia no puede hallar cabida en ninguna ciencia objetiva. Al que ha sido formado en la ciencia natural le parece evidente que todo lo meramente subjetivo debe ser eliminado” . E. Husserl.
(7) “La postura de no concentrase en la inmensidad cuantitativa de la barbaridad, los seis millones de asesinados. Se trata más bien de enfocar la calidad específica de esta experiencia”. M. Matitiahu.1988.
(8) “Se trata en esencia de un nihilismo metafísico, que proviene del agnosticismo radical, del rechazo del “reconocimiento” de cualquier realidad que trascienda el horizonte empírico y las certidumbres racionales”. H. Corbin. 1977.
(9) “The trouble with Eichmann was precisely that so many were like him, and that the many were neither perverted nor sadistic, that they were, and still are, terribly and terrifyingly normal.” Arendt, Hannah. Eichmann in Jerusalem A report on the Banality of Evil. London: Penguin Books, 1963.
(10) «La educación científica se basa principalmente en verdades estadísticas y conocimiento abstracto y, por tanto, imparte un cuadro racional, pero irreal, del mundo, en el que el individuo, como un fenómeno meramente marginal, no representa papel alguno. Sin embargo, el individuo, como dato irracional, es el vehículo verdadero y auténtico de la realidad, el hombre concreto, en contraposición al hombre ideal o normal irreal, al que se refieren las declaraciones científicas. No debemos subestimar el efecto psicológico del cuadro estadístico del mundo: desplazar al individuo en favor de unidades anónimas que se amontonan en formaciones masivas…» C. G. Jung
(11) Marcuse, H., El hombre unidimensional p. 191.
(12) “…radical evil, an absolute evil appears absolute because it can no longer be deduced from humanely comprehensible motives.”
(13) “… el hombre moderno se dejó, en la segunda mitad del siglo XIX, determinar y cegar por las ciencias positivas y por la prosperidad hecha posible por ellas, significó un desvío indiferente de las cuestiones que para la humanidad auténtica son las cuestiones decisivas. Meras ciencias de hechos forman meros hombres de hechos… Las cuestiones que ella excluye por principio son precisamente las cuestiones más candentes para nuestra desgraciada época por una humanidad abandonada a las conmociones del destino: estas son las cuestiones que se refieren al sentido o sinsentido de toda nuestra existencia humana” E. Husserl. Citado en Crisis de las ciencias , Lebenswelt y teoría crítica de Jorge Novella Suárez, Daimon,1998, Universidad de Murcia.
(14) Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo. Madrid 1982.
(15) “…aquellos que, apropiándose del discurso, detentan el derecho a la palabra…” M. Foucault. El pensamiento del afuera. Pre-textos
(16) Viktor Frankl: El hombre en busca de sentido. Herder, Barcelona, 1991.

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