Un tú y un yo que se conocen

«El conocer no es como un puente que en algún momento y secundariamente une dos orillas de un río que subsisten por sí, sino que es él mismo un río que al fluir crea las orillas y las vuelve una hacia otra de un modo más originario que lo que pueda nunca hacerlo un puente.» 

Martin Heidegger, Nietzsche I, p. 456, Ediciones Destino. 

«El conocer no es como un puente que en algún momento y secundariamente une dos orillas de un río que subsisten por sí«… como si ya hubiera un río, como si ya hubieran dos orillas, que por sí subsisten, que ya existen, y que además el conocimiento es un puente entre estas dos cosas que ya existen. Heidegger dice que el conocimiento no es eso. Pero la gente se cree que estoy yo, que está el objeto (ya hecho, subsistente), y ahora yo conozco al objeto. Como si el conocimiento fuera una tercera cosa entre dos cosas acabadas.

El conocer «es él mismo un río que al fluir crea las orillas y las vuelve una hacia otra de un modo más originario que lo que pueda nunca hacerlo un puente.» Por lo tanto, el conocimiento no une dos sustancias ya existentes, sino que es un flujo que va creando en su fluir las sustancias que vincula. No están previamente dadas. El proceso de conocer crea lo que aparece como realidad. No es arbitrario el conocer. No es cualquier cosa que uno se saque de la manga. No. Sigue sus reglas, sigue su camino. Es preciso. No es cualquier delirio. El conocer riguroso va creando mundo. No es que hay un mundo, al que además, por añadidura se lo conoce, sino que el mundo siempre es el resultado de un flujo de conocimiento, y al transformarse este flujo se transforma el mundo. Y el mundo conocido es el mundo conocido para un determinado conocimiento. En cuanto ese conocimiento ha quedado obsoleto ese mundo ha desaparecido para dar lugar a otro.

Dicho de otra manera, el mundo newtoniano no es el mundo aristotélico, y es absurdo compararlos, porque son mundos distintos. Y el mundo einsteniano no es el mundo newtoniano, ni mucho menos. Murió el mundo de Newton, se cayó, y apareció el nuevo mundo, que es nuestra realidad, que es el mundo determinado por la teoría de la relatividad, que no comparte ningún presupuesto con el mundo de Newton. No se pueden tener los dos a la vez. Por lo tanto, el avance, el desarrollo del conocimiento, es creación de mundo, y no reproducción de un mundo. Esto los estudiantes de filosofía lo saben desde hace ya mucho tiempo. No es como esa idea absurda, de que ya esta el mundo acabado y uno, o el científico, luego lo copia. No, no es eso. El conocimiento crea mundo. 

Además, en eso que llamas mundo hay conocimiento solidificado. Más tarde W. Giegerich dirá: «mercurio atrapado en la materia». Y en lo que parece que fuera un mundo acabado hay un montón de ideas cristalizadas. Devolverlas a su origen implica desustancializar la realidad y que la conciencia se vuelva más consciente de ser conciencia y no de ser objeto fijado. El río se vuelve consciente de que no existen ya las orillas, sino que las va creando.(1)

Estas reflexiones de Enrique desde la filosofía heideggeriana, vienen muy a cuento cuando queremos conocer la dinámica problemática que se da en las relaciones interpersonales. Todas ellas presididas por un prejuicio cuasi universal con el cual hoy la mayoría vive y sufre sus consecuencias. Se trata de la idea de que hay un yo, y hay un tú y cuando estos se encuentran se inicia una relación. Es decir, dos entes preexistentes, un yo y un tú, que como tales están constituidos por una serie de propiedades, más o menos subsistentes, yo soy así, tú eres asá, etc. se encuentran y de ahí se deriva un tipo de interacción, resultado a su vez de la compatibilidad o falta de ella de las respectivas propiedades.

Ahora bien, como advierte Heidegger, en el caso del ser humano no podemos hablar de un ser desligado de un conocer. De lo que se trata en una relación no es tanto de lo que soy sino de lo que sé, de lo que soy consciente de que soy, no hay ser sin un conocer el ser y es este conocimiento el que crea las dos orillas, en nuestra caso, un yo un tú. Yo y tú son creados en el fluir de la relación como derivados o momentos de ésta no como realidades o entes preexistentes.

Cuando surge un conflicto en la relación y el prejuicio de que existe un yo separado de un tú está operando se cae indefectiblemente en la situación alienante y frustrante en la que cada miembro de la pareja analiza y reacciona al conflicto como si se tratara de la consecuencia de alguna propiedad (ser así o ser asá) o característica (hace esto u lo otro) de la otra parte. El yo sujeto al prejuicio substancialista no puede evitar caer en las trampas propias de dicha mirada, una congelación de las situaciones y su rigidificación consecuente. 

Los conflictos se enquistan acaban derivando en luchas de poder y se instaura, mejor, se hace evidente, una separación que es consubstancial a la propia mirada de la que se parte. No hay un tú, solo un (des)conocer al yo-tú. El conocimiento cuando es tal y no una serie de prejuicios, pronto revela que yo y tú son dos modos de aludir a una misma relación, a un mismo evento relacional, que en su fluir o en su estancarse solo expresa el tipo de mirada que la contempla y la conoce. Si el conocimiento crea mundo podemos pues concluir que el conocimiento real (no los prejuicios) es el que crea todos los elementos constituyentes de una relación, que como un río van configurándose mutua e interdependientemente, basta con cambiar la mirada para que ambos supuestos entes de la relación cambien a la vez. Cuando en terapia se resuelve o disuelve una relación conflictiva no es que el supuesto miembro problemático haya cambiado, lo que ha cambiado es la perspectiva, la mirada cuyo cambio es a la vez, un cambio de la relación y de todos sus momentos. No cambia el yo o el tú, más bien cambia el conocimiento de la relación e, ipso facto, todo adquiere una nueva vida.

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Josep Maria Moreno – 2012.

(1) Lectura y comentarios de Enrique Eskenazi en el curso Nietzsche: psicología & nihilismo. Transcripción Toni Pascual.

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